No sé si será por mi miedo personal a perder capacidades, o porque todos caminamos inexorablemente (y en el mejor de los casos) hacia la vejez, que en los últimos años me enfadan situaciones cotidianas que vivimos en las oficinas bancarias, en las ventanillas de distintas administraciones o en las colas del supermercado. Personas aparentemente muy estresadas que refunfuñan desde la fila en la caja del Mercadona porque “la vieja está contando monedas”; empleados con pocas ganas y cero empatía que remiten sin más información a personas de edad avanzada a la aplicación del ayuntamiento para realizar cualquier gestión, o personal de oficina que, en el mejor de los casos, en tono paternalista y cara de hoy me estoy ganando el cielo, acompañan a clientes entrados en años para decirles “por esta vez le voy a enseñar cómo hacerlo desde el cajero, pero que sepa usted que no tengo por qué”.
Somo un país envejecido que trata
cada vez peor a sus mayores. En tiempos de avances tecnológicos continuados y
brechas digitales, son muchos los que se quedan atrás. Hasta el polideportivo
municipal tiene una aplicación móvil para reservar la piscina y trámites básicos
y necesarios se vuelven hostiles para personas cargadas de experiencia. En
ocasiones se trata de una discriminación directa (“la vieja”, que ralentiza la
cola por contar monedas); en otras, la exclusión se cuela de forma indirecta: que
una oficina bancaria retire la atención en caja para determinados trámites afecta
a priori a todos los usuarios por igual, pero su impacto no es el mismo en
todos los colectivos. La consecuencia, también, una discriminación interiorizada,
que hace mella en la autoestima de las personas y les devuelve el mensaje
erróneo de que han dejado de ser útiles para la vida.
Creo profundamente en el valor de
los medios de comunicación en la construcción de un relato justo de la tercera
edad, en el que las personas mayores no protagonicen únicamente noticias de
dependencia, soledad o necesidades asistenciales. Y creo en la necesidad de que
todo servicio, gestión o trámite habilitado desde las Administraciones públicas
se evalúe antes de su implementación desde la óptica de su accesibilidad al
colectivo de la tercera edad.
Pienso en episodios concretos
como la potente intervención de Mariano Turuégano en septiembre de 2022, ante
el Pleno del Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes. Una lección tras otra
en el discurso que este residente de 82 años del centro de mayores Los
Moscaltelares, propiedad de la Comunidad de Madrid, dio a los concejales
presentes. Turuégano habló en nombre propio y en el de los compañeros, dijo, “que
pueden expresarse correctamente y reclamar sus derechos y de aquellos que
desgraciadamente no pueden hacerlo porque sus capacidades cognitivas no son las
de antes; ellos no pueden protestar y muchas veces se aprovecha esa condición
para tapar las negligencias”. Lo que siguió fue una intervención magistral, que
confrontó sin posibilidad de escape a sus representantes públicos con la
precaria realidad de muchos centros de mayores, evidenciada amargamente durante
los meses más difíciles de la pandemia. “Nosotros no hemos nacido con 80 años.
Hemos trabajado mucho. Ustedes lo deberían saber porque hoy disfrutan de
privilegios que nosotros peleamos, no para nosotros, sino para ustedes. Eso no
se consigue mirando para otro lado. Es insólito que hoy estemos aquí pidiendo
vivir con dignidad. Esto es por nosotros, pero también por ustedes”, dijo el
orador.
Pienso también en la lucha que protagonizó
Carlos San Juan de la Orden, quien, con su campaña “Soy mayor, ni idiota”,
reunió miles de firmas, empujó a las entidades financieras a mejorar su atención
a la tercera edad y obligó al Ministerio de Asuntos Económicos y al propio Banco
de España a tomar cartas en el asunto. Todo empezó cuando en su oficina bancaria
le invitaron a cambiar de entidad financiera si no estaba de acuerdo con la
limitación horaria de la atención en ventanilla. Primero se tragó su
indignación. Después, la hizo pública y la convirtió en una campaña que
congregó más de 600.000 firmas.
Como Carlos San Juan de la Orden
o Mariano Turuégano (acabo de caer en que no deja de ser significativo que los
dos ejemplos que han venido a mi cabeza sean hombres *) son miles los hombres y
mujeres de edad avanzada que cada día se enfrentan a menosprecios por su fecha
de nacimiento.
En relación, aprovecho para
reflexionar aquí sobre los miles y miles de titulares que está generando la
edad del presidente Joe Biden, y también la de su oponente en las próximas
presidenciales Donald Trump. ¿Es edadismo focalizar el debate en la edad de loscandidatos?
(*) añado este artículo que he encontrado después: Quiénes son Mayores por el Clima: el movimiento de mujeres suizas que está detrás del histórico fallo de Estrasburgo (eldiario.es)
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